De entre todas las características que alumbran a nuestro monasterio de san Salvador, tal vez la más significativa sea la de su carácter de panteón condal y real de Castilla y Pamplona. Dos reyes, dos condes, una reina, una condesa y tres infantes encuentran en esta abadía la morada para su último reposo. De ellos hay uno que despierta un especial sentimiento de tristeza entre los turistas que nos visitan cuando conocen las vicisitudes que rodearon su muerte. Se trata del infante don García, cuarto conde de Castilla e hijo del conde fundador de la abadía don Sancho García.
Transcurría el año 1028 cuando nuestro conde de unos 18 años, y seguramente más motivado por razones políticas que románticas, viajó hasta la ciudad de León en donde se desposaría con la infanta leonesa doña Sancha, hija del rey leonés Alfonso V, que apenas superaba los 16 años. Era la primera, y única vez que vería a su futura esposa. A las puertas de la iglesia de san Juan Bautista, que más tarde sería la colegiata de san Isidoro, y cuando el futuro esposo se disponía a entrar para contraer matrimonio, fue asesinado a mano de tres miembros de la familia de los Vela. Con este asesinato se ponía fin al linaje fundado por el conde de Castilla Fernán González.
Si uno viaja ahora hasta la ciudad de León y visita la imponente colegiata de san Isidoro, podrá ver en su panteón de reyes la tumba de este conde. Se trata de un sepulcro que no sobrepasa los 1’28 metros de longitud, y en cuya tapa está grabada la figura de un niño con el nombre a sus pies: García. ¿Pero cómo es posible si en Oña también se conserva su sepulcro?
En lo que se ha puesto de acuerdo la crítica histórica es en que el sepulcro leonés es un cenotafio que en ningún momento llegó a albergar los restos del joven. Por contra, parece más plausible el enterramiento en Oña, un panteón de la familia condal castellana, en donde le esperaban los restos de sus padres y su hermana Tigridia al frente del cenobio.