Fue en este contexto de dispersión de las reliquias por toda Europa como las de santa Paulina llegaron hasta Oña. Entre 1532 y 1537 el obispo don Pedro González Manso, nacido en nuestra villa, viajó hasta Alemania y en el transcurso de dicho viaje se hizo con la mencionada reliquia. Fue a partir de este momento cuando el culto y la devoción a la santa se fueron acrecentando.
Prueba de esta devoción es la fundación en 1659 de la cofradía de santa Paulina entre cuyos estatutos se establece un máximo de veinte personas. Cada cofrade estaba obligado a meter por «cofradesa» a su mujer, por lo que debe abonar una cantara de vino y media libra de cera. También sus miembros pudieron meter en la cofradía a sus hijos siempre y cuando tuviesen edad para, esto es, para casarse. Conllevaba un gasto de 20 maravedís y una cántara de vino.
La pertenencia a una u otra cofradía de la villa se ve reflejada en los testamentos de la época. Entre 1665 y 1701, el 13’4% de estos testamentos referencia a la pertenencia del hacencido a la cofradía de santa Paulina, siendo la más frecuentada la de la Veracruz con el 32’8%.
Un signo de fervor hacia una advocación en concreto lo marca el lugar de celebración de las misas que se dejan establecidas en estos testamentos por el ánima del difunto. Entre 1665/1701, en el 36’3% de los casos se ruega que las misas se lleven a cabo en la capilla de santa Paulina, sita en la iglesia de san Juan. La más demandada es la capilla de san Íñigo en el monasterio con un 50’3%.
Entre 17358/72 esta situación se verá trastocada ya que tan solo en el 10’7% de los casos se recurre a la santa frente a la capilla de san Benito en el monasterio y que, con un 28’5%, es ahora la mayoritaria.
Para finalizar decir que fue en 1728 cuando el Ayuntamiento de Oña declaró a la santa patrona de la localidad.