Museo de la Resina (II)

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La segunda planta del museo está dedicada a las técnicas del proceso de extracción. Para ello se ha dispuesto el tronco de un pino que en su momento fue resinado y a través del cual se explica el procedimiento seguido, además de una colección de piezas originales cedidas para la ocasión.

La primera labor que se llevaba a cabo era la retirada de la roña o desroñe, es decir, la retirada de la corteza de modo que las incisiones pudieran ejecutarse en perfectas condiciones y la resina aflorara con fluidez. El siguiente paso era una practicar incisión en el árbol mediante una media luna de hierro, para luego inscrustar en el tronco una grapa para canalizar la resina hacia el pote. Después se clavaba una punta sin cabeza sobre la que se colocaba el pote de barro cocido. Terminados los trabajos preparatorios comenzaban las labores estimulantes para que la resina fluyese.

A partir de aquí comenzaba a fluir la resina que era recogida mediante la tarea de remasar. El operario debía recorrer pino por pino para volcar el contenido del pote en una cuba de unos 18/20 litros. Con el tiempo se introdujeron «avances técnicos» como la carretilla que alivió el enorme esfuerzo del resinero. Una vez llena se trasvasaba a un barril de entre 160-200 kilógramos que partía hacia la fábrica.

Todo el proceso se iniciaba a finales de febrero principios de marzo, con la luna llena (la luna de febrero se la conoce como luna de savia), y se extendía hasta finales de octubre, cuando las temperaturas eran más frescas y las funciones vegetativas del árbol se iban aletargando. Dependiendo de las condiciones atmosféricas de cada año, la media de resina por pino rondaba entre los 2’5-3 kilógramos.

La profesión de resinero era sumamente dura por el esfuerzo físico que requería; mísera, por los ínfimos sueldos percibidos en relación con el tiempo empleado y las penalidades soportadas, y sacrificada, porque no existía horario laboral ni días de vacaciones reglamentadas. La jornada laboral estaba delimitada por la salida y la puesta del sol. Esto sin contar que, hasta los años 50, el resinero vivía durante la campaña en el monte alejado de su familia, compartiendo humildes chozas con sus compañeros. Además de la climatología extrema, que variaba desde las fuertes heladas y la abundante nieve, hasta las tórridas temperaturas de verano.

Por todo ello creemos que este museo es un merecido homenaje para todos aquellos resineros que con su esfuerzo ayudaron a sacar adelante a tantas familias de la Villa de Oña.

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