En la casa de los Velasco se produjeron diversos casos de matrimonios que necesitaron dispensa canónica por parentesco familiar y proximidad en grado de consanguinidad de sus contrayentes. El matrimonio de D. Juan de Tovar y de Dª Juana Enríquez tuvo al menos nueve hijos, de los cuales cuatro eran sordos de nacimiento. Este hecho fue tomado por los padres como una señal de la voluntad divina que proponía reservárselos para su servicio. Se tomó como solución el ingreso de sus cuatro hijos sordos en monasterios, y así los hermanos Francisco y Pedro ingresaron en el monasterio de Oña en torno a 1545. De su educación se responsabilizó Fray Pedro Ponce de León como tutor valedor y bienhechor de estos niños.
Francisco de Tovar era un niño de consitución débil y enfermizo. Murió joven entre los años 1550 y 1560. Pedro de Tovar era hábil, ingenioso y agudo. Profesó como monje de Oña y se convirtió en un monje culto con quien se podía mantener una conversación. Llegó a ordenarse sacerdote por disposición de su Santidad siendo clérigo de la diócesis de Burgos. Murió en 1571.
Fray Gaspar de Burgos desde muy joven había manifestado su deseo de ser monje, sin embargo su sordera le vetaba la entrada en cualquier orden religiosa, por lo que acudió al monasterio de Oña en 1551. Aquí encontró a los hermanos Tovar y a fray Pedro Ponce. Éste le ayudó a hablar, a escribir y a desenvolverse como monje, llegando a desempeñar el cargo de sacristán. Gracias a ello en 1559 tomó el hábito para poder volver a Burgos e ingresar en la orden benedictina del monasterio de San Juan.
Ponce de León no quiso que Oña fuese un centro asistencial de personas sordas. Su trabajo fue una preparación para la vida. No pensó en modificar la inteligencia del niño sordo, pero sí procuró una enseñanza más natural cuando falta el sentido del oído.
El Renacimiento heredó el pensamiento de Aristóteles y del mundo clásico según el cual “nada hay en el intelecto que no haya pasado antes por los sentidos”. Lo que es lo mismo que expresar que si el lenguaje es percibido por el oído y este está deteriorado, el pensamiento, que es el fundamento del lenguaje, debe estar también dañado. De ahí que estuviera asumida la idea de que toda persona sorda no era educable. Ante estos prejuicios fray Pedro fue consciente de que las personas afectadas por sordera no tenían afectada su inteligencia y que no se debe asociar el deterioro del órgano auditivo con el deterioro de sus capacidades intelectuales. Para nuestro monje benedictino lo importante era procurar un buen método educativo que permitiera su educación sin negarles derechos sociales y dudar de su responsabilidad como ciudadanos